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Un día en el Forest Kindergarten Robin Hood de Berlín

Por: Marcial Huneeus

Tuvimos la oportunidad de compartir todo un día en el Forest Kindergarten Robin Hood. En Brosepark, a las 8:00 am. se reúnen Picco, Greg, David, Marcela, y otros profesores, mientras de a poco comienzan a llegar los niños. En un ambiente muy relajado padres y profesores conversar, mientras los niños juegan libremente en el parque. Los más pequeños tienen alrededor de dos años, los más grande un poco más de seis. A las 8:30 am. se hace un círculo con todo el grupo, unos 40 niños, y se cantan canciones en inglés y alemán, que aluden a la presencia en este mundo y a la conexión con la tierra y las estaciones del año. Todos nos saludamos y se cierra con el verso:

Soy un niño del cielo y de la tierra
Soy un niño del sol, la luna y las estrellas
Soy un niño de luz y amor
Yo me convierto, yo me convierto, yo me convierto en lo que soy.

Luego se hacen grupos de alrededor de 10 niños con dos adultos a cargo. Nosotros acompañamos a los niños mayores, entre 4 y 6 años. Los profesores son Greg y David. Greg es norteamericano y trabaja en el Forest Kindergarten hace tres años. Siempre ha trabajado con niños, pero acá es la primera vez que está a cargo de niños de preescolar. Tiene poco más de treinta años y está muy contento de esta experiencia. De manera informal enseña su lengua materna. Prácticamente todo el tiempo les habla en inglés y los niños de a poco le van respondiendo en el mismo idioma. Hay pocos momentos de instrucciones guiadas, que son en los desplazamientos y en las comidas. Su mirada pedagógica está basada en el aprender haciendo, la exploración y el juego libre.

Nos despedimos de los niños pequeños y caminamos al paradero de buses. En el traslado todos los niños van tomados de la mano. Un profesor adelante y el otro atrás. Si bien estamos alejados del centro de Berlín, hay varios autos y ciclistas circulando. Los niños saben que en este momento deben ser cuidadosos. Nos subimos al bus que nos lleva al Jardín Botánico Volkspark Friedrichshain. El lugar es enorme y muy bien cuidado. Al entrar los niños caminan o corren libremente hacia nuestro punto de encuentro. A medida que avanzamos se ven varios grupos de niños.

Bien adentrados en el parque, nos sentamos y hacemos un círculo. Cada niño comparte en una fuente fruta, frutos secos y comemos la colación. Después los niños juegan libremente, arman pequeñas casitas bajo los pinos y comienza el juego de roles. Se dividen en grupos de tres o cuatro. Algunos niños buscan insectos, otros se recuestan en el pasto. Otro grupo cocina bajo los pinos. Después van a alimentar unos siervos o a subir árboles. La única regla al subir un árbol es que, si pudiste subir tienes que poder bajar, me explica David. Él es el otro profesor, tiene veinte años y lleva dos trabajando en el Forest Kindergarten. El primer año trabajó de forma voluntaria. Después de salir del colegio no estaba seguro qué estudiar y optó por ganar experiencia y le ha gusto mucho el trabajo con niños.

Tras cuatro horas de constante actividad es momento de volver. Caminamos hacia la salida. Los niños todavía tienen energía y ganas de correr. Greg les propone un juego donde arman una fila y el líder, cuando él lo indica, debe ponerse al final de la fila. Así llegamos al paradero. Allí los niños saben que no pueden correr. Al bajarnos del bus, todos de la mano cruzamos la calle. Es la hora del almuerzo, momento en que por primera vez se entra a una sala. Los niños van al baño y se lavan las manos. Luego todos vamos a una gran mesa. Se canta una canción antes de comer y se sirve un delicioso guiso de brócolis, con arroz y ensalada.

Después nuevamente al exterior. Cerca de la sala hay un parque de juegos y nuevamente empieza el juego libre. También hay otros niños. Entre las cuatro y cinco de la tarde llegan los padres a recoger a sus hijos. El día ha estado lleno de actividades, los niños no han dejado de moverse, de saltar, inventar juegos, compartir con niños de otras edades y reírse. Han subido árboles, han buscado bichos en la tierra, han corrido y han estado aprendiendo constantemente de los otros niños. Cada día es una aventura y un desafío.

Durante toda la jornada los niños no necesitaron juguetes, la imaginación les permitió crear lo que querían, cortaron ramas de los árboles que fueron espadas y luego ingredientes de una sopa. El adulto es un compañero que le da seguridad a los niños, si un pequeño se cae al correr, él limpia su herida y lo acoge. No hay instrucciones, no hay nada que no se pueda hacer. De esta manera, a través del movimiento desarrollan su cuerpo y se vuelven niños saludables. A su vez, mediante el juego libre desarrollan su lenguaje, conocen a los otros niños y deciden según sus propios intereses qué hacer, adquiriendo autonomía, autoestima y una serie de capacidades socioemocionales.